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”Válgame dios!”, Sancho salió corriendo a ayudarlo, lo levantó como pudo y lo pusó sobre Rocinante. ‘Don Quijote’ pensaba que había sido otro truco de ‘Frestón’ que había convertido a los gigantes en molinos para quitarle la gloria de su vencimiento. Pasaron la noche a cielo abierto y nuestro hidalgo pensaba en su querida Dulcinea, mientras Sancho dormía plácidamente. Al día siguiente continuaron su camino.
Listas las armas, puesto nombre a su caballo y confirmándose a sí mismo, ahora necesitaba una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores es como árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma. Recordó a una labradora de muy buen parecer que vivía cerca a él y de quién estuvo enamorado por un tiempo, aunque ella nunca lo supo, y así, inspirado en Aldonza Lorenzo, creó a su amada Dulcinea del Toboso.
Quince días estuvo don Quijote en casa, sin ánimo para salir, sobre sus libros le dijeron que habían sido robados por un sabio encantador que se llamaba ‘Freston’, todos le persuadieron para que no se fuera de nuevo. Él, por su parte pensaba que más bien necesitaba un compañero, así que pidió que le llamarán a un labrador que vivía cerca, ‘Sancho Panza’ era su nombre. ‘Don Quijote’ conversó con él largo rato, le prometió dinero y una isla de la que sería Gobernador. Finalmente lo convenció y Sancho aceptó ser su escudero. Y así, una noche, sin que nadie los viera, ambos salieron sin despedirse.
Sin perder más tiempo y para que hidalgo se fuera pronto, el propietario, le pidió a ‘Don Quijote’ ponerse de rodillas para ordenarlo caballero. Y así inició la ceremonia -conteniendo la risa-, los acompañaban las dos doncellas: ‘Tolosa’ y ‘la Molinera’ y un joven que sostenía una vela encendida; el propietario tomó su libro de cuentas y fingiendo que mencionaba una devota oración entre dientes, alzó la mano con la espada y lo armó caballero. Muy contento don Quijote dejó la posada y sobre su caballo, partió en busca de sus aventuras soñadas.
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