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Poco tiempo después en un caluroso día de Julio, ‘Don Quijote’ subió sobre Rocinante, tomó su lanza, su armas y salió de su casa antes que llegara la mañana. Lo asaltó un pensamiento terrible, pues no era armado oficialmente caballero, se propuso entonces pedirselo al primero que se cruzara en su camino. Iba sobre su corcel hablando sólo en voz alta e imaginando cuántos libros serían escritos en su nombre contando todas sus hazañas. Entrada la noche, cansado y con hambre vio a lo lejos del camino una posada hacia donde se dirigió.
Tomada la decisión de convertirse en caballero andante, lo siguiente era nombrar a su caballo, de hecho tenía uno en su propio establo. Allí pasó cuatro días pensando cuál sería el nombre adecuado, hasta que finalmente se decidió por ‘Rocinante’ a su parecer alto, sonoro y significativo.
Ya entrada la noche volvieron a parar a descansar y mientras Sancho recogía las cosas, le llegó el olor de la carne de cordero siendo cocinada en un caldero. Eran unos pastores que estaban cerca y que, al verlos, tendieron por el suelo su piel de oveja, acomodaron la rústica mesa e invitaron a Sancho y a ‘Don Quijote’ a acompañarlos. Y así cenaron juntos, el hidalgo hablando en su extraño lenguaje, los pastores embobados escuchándole y Sancho bebiendo constantemente del recipiente con vino. Pronto se unió un joven, ‘Pedro’ que llegó desde la aldea cercana, a contarles la historia de un hombre que murió de amor y pidió ser enterrado donde vió por primera vez a la mujer de su vida: Marcela la pastora. ‘Don Quijote’ intrigado, le pidió a Pedro que le contara la historia.
Mientras tanto en la hacienda, el cura ‘Pero’ y el barbero ‘Nicolás’ -grandes amigos de nuestro caballero- escuchaban al ama de llaves y la sobrina quejarse de su desventura. -”Estos malditos libros de caballería, le estan robando el juicio, deberíamos quemarlos para que no causen más estragos” Cuando llegó ‘Don Quijote’, no quiso responder ninguna pregunta, sólo cenó y se fue a dormir. Dormido el caballero, continuaron con su plan de armar la hoguera. El ama de llaves hasta lanzó los libros por la ventana, pues eran muchos, para llevarlos cargando. El cura y el barbero, lograron salvar algunas joyas como ‘El Amadís de Gaula’, ‘Tirante el Blanco’ y ‘Galatea’.
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