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Listas las armas, puesto nombre a su caballo y confirmándose a sí mismo, ahora necesitaba una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores es como árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma.
Recordó a una labradora de muy buen parecer que vivía cerca a él y de quién estuvo enamorado por un tiempo, aunque ella nunca lo supo, y así, inspirado en Aldonza Lorenzo, creó a su amada Dulcinea del Toboso.
Ocho días más le tomó pensar en su propio nombre hasta que finalmente escogió ‘Don Quijote de la Mancha’, que a su parecer hacía honor a su linaje y patria.
También porque se inspiró en su libro favorito ‘El Amadís de Gaula’.
Tomada la decisión de convertirse en caballero andante, lo siguiente era nombrar a su caballo, de hecho tenía uno en su propio establo.
Allí pasó cuatro días pensando cuál sería el nombre adecuado, hasta que finalmente se decidió por ‘Rocinante’ a su parecer alto, sonoro y significativo.
En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, se cuenta la historia de Alonso Quijano, un hombre de alrededor de unos cincuenta años, flaco, madrugador y amigo de la caza, que vivía en su hacienda con un ama de llaves de unos cuarenta años y su sobrina que no llegaba a los veinte.
En sus ratos de ocio gozaba leyendo cuentos de caballería, tenía una biblioteca con más de 300 libros, vendió parte de sus tierras para comprar más y este hobbie lo llevó a tal punto que olvidó la administración de su hacienda.
Por poco dormir y tanta lectura este hombre perdió la cordura, limpió una armadura que era de sus bisabuelos y decidió convertirse en caballero andante.