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Terminada la cena, en la caballeriza ‘Don Quijote’ se arrodilló ante el propietario de la posada diciendo: – “Me levantaré hasta que me otorgue el don, que mañana usted me nombre caballero, esta noche en la capilla de su castillo velaré la armas” El propietario le prometió -conteniendo la risa- que lo nombraría caballero como era su deseo. Como no había capilla don Quijote apiló las armas en el patio de la posada y caminó frente a ellas hasta llegar la madrugada.
Sin perder más tiempo y para que hidalgo se fuera pronto, el propietario, le pidió a ‘Don Quijote’ ponerse de rodillas para ordenarlo caballero. Y así inició la ceremonia -conteniendo la risa-, los acompañaban las dos doncellas: ‘Tolosa’ y ‘la Molinera’ y un joven que sostenía una vela encendida; el propietario tomó su libro de cuentas y fingiendo que mencionaba una devota oración entre dientes, alzó la mano con la espada y lo armó caballero. Muy contento don Quijote dejó la posada y sobre su caballo, partió en busca de sus aventuras soñadas.
En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, se cuenta la historia de Alonso Quijano, un hombre de alrededor de unos cincuenta años, flaco, madrugador y amigo de la caza, que vivía en su hacienda con un ama de llaves de unos cuarenta años y su sobrina que no llegaba a los veinte. En sus ratos de ocio gozaba leyendo cuentos de caballería, tenía una biblioteca con más de 300 libros, vendió parte de sus tierras para comprar más y este hobbie lo llevó a tal punto que olvidó la administración de su hacienda. Por poco dormir y tanta lectura este hombre perdió la cordura, limpió una armadura que era de sus bisabuelos y decidió convertirse en caballero andante.
Mientras tanto en la hacienda, el cura ‘Pero’ y el barbero ‘Nicolás’ -grandes amigos de nuestro caballero- escuchaban al ama de llaves y la sobrina quejarse de su desventura. -”Estos malditos libros de caballería, le estan robando el juicio, deberíamos quemarlos para que no causen más estragos” Cuando llegó ‘Don Quijote’, no quiso responder ninguna pregunta, sólo cenó y se fue a dormir. Dormido el caballero, continuaron con su plan de armar la hoguera. El ama de llaves hasta lanzó los libros por la ventana, pues eran muchos, para llevarlos cargando. El cura y el barbero, lograron salvar algunas joyas como ‘El Amadís de Gaula’, ‘Tirante el Blanco’ y ‘Galatea’.
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