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El cura, disfrazado como todos los demás, le dió unas sentidas palabras al caballero de la triste figura, diciéndole que simplemente lo llevaban a encontrarse con su señora Dulcinea y que su escudero lo acompañaría en todo momento. Sancho al ver a su señor encerrado, le tomó una mano y la besó jurándole que iría a su lado. La dueña de la venta, su hija y Maritornes se despidieron llorando de Don Quijote. De esta forma Cardenio y Luscinda regresaban a su casa, Fernando y Dorotea también, y, Zoraida, Ruy, Clara, su padre y Luis se dirigieron a Sevilla. Todos se abrazaron y prometieron volver a verse algún día.
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