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Y como no había buena luz, empezó una pelea, al principio entre Maritornes y Sancho que estaba medio dormido, luego llegó el ventero, que se cruzó con el arriero.
Y así golpeaba el arriero a Sancho, Sancho a la moza, la moza a él y el ventero a la moza, Llegado un punto en que no se veía nada comenzaron a volar golpes, patadas y puños en todas las direcciones.
Las dos muchachas le arreglaron una muy mala cama a nuestro hidalgo, en el pajar, justo muy cerca a la de otro arriero. Le aplicaron pomada en las costillas al caballero y al escudero. Se fueron entonces a dormir, pero ‘Maritornes’ -la criada- había quedado de verse con el arriero. Cuando llegó a buscarlo, con la poca luz que había, termino llegando a la cama de Don Quijote, que la confundió con una bella doncella que lo buscaba porque estaba profundamente enamorada, pero él fiel a su señora Dulcinea, la rechazó.
El arriero se molestó al ver a su moza con Don Quijote y le dió un golpe justo en la boca. En la imaginación del hidalgo el arriero era un ‘moro encantado’
Y tuvieron suerte, porque un poco más adelante encontraron una posada. Pronto se acercó el dueño, preguntando que le había ocurrido al caballero. Sancho le dijo que no era nada, solo una caída desde una montaña elevada, que le había causado golpes en las costillas.
A la entrada también acudieron la esposa del dueño de la venta que llamó a su hija para que le ayudará a atender a Don Quijote. También llamaron a otra criada de nombre ‘Maritornes’.
Ambos quedaron muy malheridos, se quejaban que quizás hasta les habían roto las costillas.
En un gran esfuerzo, entre suspiros y reniegos Sancho logro acomodar a Don Quijote sobre su asno Rucio.
El caballero le dijo que para futuras ocasiones, debía ser el escudero el que enfrenté a esos hombres de baja ralea, a lo que Sancho contestó:
-”Señor, yo soy hombre pacífico, manso, sosegado y sé disimular cualquier injuria, porque tengo mujer y hijos que sustentar y criar”. Sancho levantó a Rocinante -que a su parecer no merecía ninguna ayuda porque por él inició todo este alboroto- acomodó la armadura sobre él.
Y así se encaminaron, adoloridos y golpeados a buscar un lugar donde ser curados.
Don Quijote y su escudero siguieron el sendero por donde se fue Marcela, pero no la hallaron a ella sino a un campo lleno de hierba fresca.
Allí soltaron a Rocinante y se dedicaron a descansar.
Cerca del lugar había unas yeguas, a las que el caballo se acercó, pero lo recibieron con herraduras y dientes. A estos golpes se sumaron los de los arrieros, que eran unos veinte, con palos y estacas.
Al ver esto Don Quijote y Sancho se lanzaron sobre los arrieros con sus espadas, pero los superaban en número, así que luego de la paliza a caballero y escudero, los arrieros se alejaron.
El hombre muerto, ‘Grisóstomo’, era un astrónomo que había estudiado en Salamanca y se vestía de pastor para acercarse a Marcela, mujer de infinita belleza que era huérfana de padres, hija de un hidalgo rico. Había crecido con su tío y no quería nunca casarse, así que se volvió pastora y no entregaba su corazón a nadie. Como otros hombres, Grisóstomo la pretendió durante mucho tiempo, pero Marcela nunca le dió esperanza, siempre fue enfática en que el amor ha de ser voluntario y no forzoso, ella sencillamente no lo amaba y no era culpable de su sufrimiento.
Tristemente, un día caluroso Grisóstomo se recostó en la caliente arena y lanzando sus últimos lamentos cayó en el profundo sueño.
Terminada la historia, pasaron la noche bajo el cielo estrellado y al día siguiente fueron a atender el entierro del hombre que murió de amor y donde desde la peña más alta, Marcela los acompañó un rato, dejó ver su incomparable belleza y luego por el bosque desapareció.
Ya entrada la noche volvieron a parar a descansar y mientras Sancho recogía las cosas, le llegó el olor de la carne de cordero siendo cocinada en un caldero. Eran unos pastores que estaban cerca y que, al verlos, tendieron por el suelo su piel de oveja, acomodaron la rústica mesa e invitaron a Sancho y a ‘Don Quijote’ a acompañarlos. Y así cenaron juntos, el hidalgo hablando en su extraño lenguaje, los pastores embobados escuchándole y Sancho bebiendo constantemente del recipiente con vino.
Pronto se unió un joven, ‘Pedro’ que llegó desde la aldea cercana, a contarles la historia de un hombre que murió de amor y pidió ser enterrado donde vió por primera vez a la mujer de su vida: Marcela la pastora. ‘Don Quijote’ intrigado, le pidió a Pedro que le contara la historia.
Don Quijote’ había sido herido en una oreja. Sancho le sugirió detenerse para hacerle la curación y el hidalgo estuvo de acuerdo.
Mientras conversaban, nuestro caballero le comentó a su escudero que él se sabía una receta de memoria para preparar el ‘Bálsamo de Fierabrás’, que con una sola gota ahorra tiempo y medicinas. Solo debía beber dos tragos para quedar sano. Prometió enseñarle a Sancho como prepararla y muchos secretos más.
Luego decidieron comer, solo tenían cebolla y un poco de queso, según ‘Don Quijote’ lo que corresponde a un caballero andante.
Después de comer, continuaron camino.
Y arrojando la lanza al suelo, el hidalgo sacó su espada y arremetió al vizcaíno con determinación de quitarle la vida. El vizcaíno, no pudo hacer otra cosa sino sacar su espada, y, por hallarse junto al coche, pudo de allí sacar una almohada que le sirvió de escudo, y luego se fueron el uno para el otro, como si fueran dos mortales enemigos.
Las señoras del coche, fueron hasta donde estaba don Quijote y le rogaron que perdonara a su escudero.
Finalmente se terminó la lucha y ‘Don Quijote’ y Sancho se fueron por el bosque.
Sancho lo siguió y en su asno atacó al otro, haciéndolo caer de su caballo y empezó a quitarle el hábito, dos más se acercaron y golpearon al escudero hasta que quedó sin sentido.
Don Quijote logró llegar hasta el coche y con palabras suaves le dijo a la princesa que no se preocupara, que pronto sería liberada.
Uno de los escuderos que acompañaba el coche, se fue hacia ‘Don Quijote’ y tomando su lanza le dijo que se alejara ó lo mataría. A esto el hidalgo respondió:
-”Si fueras caballero, que no eres, yo ya hubiera castigado tu sandez y atrevimiento.”